ESPÍRITU DE LA VERDAD Y DEL AMOR
Solemnidad de Pentecostés
12 de junio de 2011
“Cuando estábamos con Él no nos hacía falta fe para creer lo que veíamos. Cuando estuvimos sin Él, la fe se nos escapó como un agua entre los dedos. Pero la Paloma-Halcón tiró de nuestras almas desenvainándolas, y por primera vez nos dimos cuenta de que éramos hombres”.
En los versos apasionados y rotundos de José Luis Martín Descalzo los apóstoles van expresando a borbotones la radical mudanza que en ellos operó el Espíritu de Dios. Antes pensaban, después hacían. Antes imaginaban a Dios como un arrullo de ternura. Después comprendieron que Dios era el arrebato del vértigo.
Hoscos y angulosos, bien plantados están en tierra los apóstoles que colocara Subirachs en la fachada de la basílica de la Virgen del Camino, en León. Sólo María, elevada un tanto sobre ellos, pone serenidad en aquel grupo prendido en la sorpresa. Pero sobre todos ellos flota el fuego. Y a todos ilumina la paloma que forma estrella con las manos de María.
Es Pentecostés. Es el fin de la nostalgia y el alborear de la esperanza. Es el olvido del temor y el amanecer de la osadía. Es Pentecostés. Es la libertad de los pensamientos de la carne y el vuelo de los sueños del espíritu. Es Pentecostés. El cierre de una época de esclavos y el alba de la nueva libertad. Es el nacimiento de la Iglesia.
LA ARMONÍA RECOBRADA
No hay palabras precisas para contar lo que pasó. La lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles que hoy se proclama (Hech, 2, 1-11) parece dudar en la elección de los signos para expresar aquel arrebato. Un ruido “como” de viento recio. Unas lenguas “como” llamaradas. ¿Quién podrá describir el paso del Espíritu de Dios?
Las imágenes que reflejan aquel Pentecostés evocan dos de los elementos cósmicos: el viento y el fuego. Violentos y temidos, ellos nos arrebatan y nos transforman, nos empujan y nos encienden, nos acarician y nos hieren, nos crean y nos destruyen. ¿Quién pensó alguna vez que lo divino podía adormilarnos?
Desconcertados y sorprendidos. Esas son las palabras que se emplean en el texto. Con ellas se retrata a los testigos que de todas las tierras han llegado a Jerusalén. Hablan los galileos, llenos del Espíritu, y los peregrinos los oyen hablar cada uno en su propio idioma. ¿Quién dijo jamás que la fe separaba los pueblos y las culturas?
Cuando los hombres tratan de auparse como si fueran dioses, la algarabía se hace incomprensible. Sólo cuando prestan atención al paso del Espíritu pueden aprender el lenguaje del amor. Babel es el desconcierto. Pentecostés es la armonía recobrada. ¿Quién dijo que proclamar las maravillas de Dios podía enfrentar a los humanos?
LA NUEVA CREACIÓN
El evangelio de esta fiesta nos lleva al día primero, en que el Señor rompió las ataduras de la muerte. Es el anochecer y el miedo encierra a los discípulos que hace dos días lo abandonaron y huyeron. Pero de pronto aparece el Señor y su aliento y su mensaje serán para siempre inolvidables:
• “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Pentecostés es ya la fiesta del envío. La palabra del Señor se abre a horizontes de universalidad. No puede quedar encerrada por el miedo ni por el orgullo de una secta.
• “Recibid el Espíritu Santo”. Pentecostés es la fiesta de la nueva creación, puesto que ya en la primera, el espíritu se cernía sobre las aguas primordiales. Es la fiesta de la nueva creación, que nos hace hermanos del nuevo Adán, modelo definitivo del hombre y de lo humano.
• “Perdonad y retened pecados”. Pentecostés es la fiesta que revela la misericordia compasiva de Dios. La fiesta que muestra la mediación de la Iglesia en el perdón de los pecados. La fiesta que recuerda que la libertad puede cerrarse al don del perdón y de la gracia.
- Padre nuestro, ahora como en los comienzos de la Iglesia, tú envías a nosotros el Espíritu de la verdad y del amor, el Espíritu de tu Hijo. Nosotros sabemos que si lo acogemos con fe, encenderá nuestra esperanza y hará visible y efectivo nuestro amor. Amén.
José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca
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