Llega el mes de septiembre y con él el comienzo de un nuevo curso.
Todavía resuena en nuestro ánimo el gozo del verano: el descanso, la piscina, la siesta, el gazpacho fresquito... Y nos resistimos a desprendernos de ese ambiente. Tal vez nos resistimos a comenzar, porque nos parece que va a ser un curso duro, y nos ponemos a soñar que el calendario se congela y que el curso no comienza.
Pero, en la vida, todo fluye hacia adelante, todo es futuro.
Y el nuevo curso ya se aproxima: los madrugones, el timbre, el recreo, los profes nuevos, los conocidos, la pizarra, los amigos, las tareas, los cuadernos nuevos, los exámenes, las actividades culturales... la vida misma os está esperando a la vuelta de unos días.
Yo estos días los vivo con ilusión año tras año. Me hace ilusión reencontrarme con mis alumnos y alumnas. Me hace ilusión conocer a otros nuevos. Me hace ilusión el reto de cada día (recordad lo que os digo tantas veces: es mi responsabilidad enseñaros algo y vuestra responsabilidad aprenderlo). Y me hace ilusión empezar a pensar y proyectar actividades para vosotros: la Gymkhana por Badajoz, la visita al convento del Palancar, o el viaje a Roma. Es tarea de todos hacer que la ilusión no decaiga, aunque sé que mantenerse ilusionados todo el curso no es fácil para casi nadie.
Por eso, os invito a poner en manos del Señor esta aventura que está a punto de comenzar. Vamos a contar con Él para que nos guíe, para que nos acompañe y nos dé fuerzas cada día. Porque sabemos que Jesús es el amigo que mejor nos comprende y el mejor compañero de pupitre que podríamos desear.
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